martes, 8 de mayo de 2018

Tiempo de silencio


Entre sus páginas flota el ambiente del formaldehído, un olor a fenol desinfectante que revela la asepsia del quirófano, como si la novela realizara una autopsia a la sociedad y al mundo, lo diseccionara con escrupuloso pulso de cirujano y la atmósfera en sus páginas se volviera cada vez más densa y grave, como el silencio de una morgue.
La enfermedad como metáfora siempre ha estado presente en la literatura; muchas veces, la figura del escritor se asemeja a la de un curandero o chamán que extirpa los tumores del mundo con un escalpelo y analiza sus resultados. Una novela puede contener un diagnóstico, sacarle las vísceras a una sociedad enferma y  exponerlas a la luz blanca e hiriente de una mesa de operaciones. Al fin y al cabo, la  ficción siempre ha estado poblada por personajes  enfermos física o mentalmente; neurosis, hipocondría y demencia se han paseado por la historia literaria desde hace siglos.
En Tiempo de silencio, el protagonista parece un alter ego del autor. Martín Santos, escritor y médico psiquiatra, podría identificarse con su personaje, Pedro, joven investigador que fracasa en sus aspiraciones de descubrir una cura para el cáncer. El protagonista de la novela es detenido por participar en un aborto ilegal, y aunque logra salir de comisaría libre de cargos, es despedido del centro de investigaciones científicas donde trabaja. 


Impregnada de pesimismo, la novela expresa una desesperación existencial que enlaza, por su visión de España, con el pensamiento de Goya, Larra y Valle-Inclán. La descripción del Madrid de 1949 constituye un retrato magistral de las diferentes clases sociales. Intelectuales, burguesía, hampa y proletariado aparecen reflejados en sus páginas a través de complejas fórmulas narrativas, en un alarde experimental que utiliza los más variados registros lingüísticos y las técnicas más innovadoras.
Y tras este soberbio uso del lenguaje, un nihilismo demoledor, la mirada de un científico cuya crítica no engloba sólo a la dictadura franquista,  -retrato brutal de un sistema represivo e hipócrita-,  sino a la sociedad entera, al mundo, a la naturaleza humana en su conjunto, porque el autor va más allá de una ciudad o un país concreto; expresa una decepción de carácter existencial, en la que nadie ni nada se salva. Tampoco Pedro, su protagonista, prototipo del antihéroe, médico sin vocación que se mueve fundamentalmente por impulsos de vanidad. En sus investigaciones, encaminadas a descubrir un medicamento contra el cáncer, no le guían impulsos humanitarios, sino un deseo salvaje de triunfar e incluso de ganar el premio Nobel:

“De ahí puede surgir el origen de otro descubrimiento más importante todavía por el que el rey sueco pueda inclinarse sobre nosotros hablando en latín o en inglés...”


En sus delirios por alcanzar ese sueño, no le importa que alguna de las muchachas que crían a los ratones para su experimento se pueda “contagiar” de un cáncer virásico, ya que este hecho probaría su hipótesis:


“¡Oh, qué posibilidad apenas sospechada  (..)  de que una –con una bastaba- de las mocitas púberes toledanas hubiera contraído, en la cohabitación de la chabola, un cáncer inguinoaxilar ...”

Sin embargo, Pedro resulta moralmente superior al resto de personajes que desfilan por la novela como alimañas surgidas de un paisaje esperpéntico: el Muecas, el Cartucho, Amador, el Mago... son sujetos repulsivos descritos con rasgos expresionistas, pero certeramente retratados a través de la modalidad lingüística, (jerga del lumpen), que utilizan en sus diálogos.

“Ahuequé. Limpié bien el corte y lo encalomé en el jergón. Vino la pasma y a preguntar. “Derrótate Cartucho” Y palo va palo viene. Pero yo nanay ... “


La ciudad, el barrio, las chabolas son como organismos guardados en cloroformo a los que se les practica un estudio clínico. Martín Santos alterna capítulos de registro coloquial y vulgar con otros llenos de tecnicismos y nomenclatura científica. A lo largo de la novela se incluyen términos médicos como mitosis, motoneuronas, córtex, neoplasia, oligofrénicas, neuroblastos… Este tipo de léxico aparece, sobre todo, en los monólogos interiores del protagonista:


“Como si la grasa esteatopigia de las hotentotes no estuviera perfectamente contrabalanceada por la lipodistrofia progresiva de nuestras hembras mediterráneas.”

“... menguado pasto para los gusanos a través de cualquiera de las complicadas formas del morir hambriento (tuberculosis, escrófula, latirismo, eruptos de sangre, temblor progresivo de los calcañares... “

En este uso científico del lenguaje parece adivinarse un intento por plasmar la neutralidad, un deseo de distanciamiento, como si el médico-escritor estuviese haciendo experimentos con sus personajes y éstos no fueran más que cobayas de laboratorio; como si, gracias a ese lenguaje frío, adquiriera la precisión de un cirujano para extirpar, cortar o viviseccionar a sus personajes. Pero, a la vez, el frecuente uso de términos ininteligibles para los no profesionales de la medicina suele producir el efecto contrario, y  otorgar al texto el cariz de magia y de misterio típicos del pensamiento primitivo sobre  lo inexplicable y maravilloso. Con el uso de un lenguaje especializado consigue una intensificación poética del mismo. Por eso la lectura se impregna de fascinación e intentamos descifrar las palabras desconocidas como si de un mensaje encriptado se tratara.



La prosa de Martín-Santos está llena de prodigios, de enumeraciones aparentemente caóticas, de páginas hechas de sucesiones de palabras con carácter poético, de imágenes surrealistas con una rara e inusual belleza:

“Magma la protoforma de la vitalidad que nace. Magma la fuliginosa pegajosidad del esperma. Magma la roca fundida en su estado primitivo, antes de que se degrade en piedras.”   

 “Esferoidal, fosforescente, retumbante, oscura-luminosa, fibrosa-táctil, recogida en pliegues, acariciadora, amansante, paralizadora recubierta de pliegues protectores, olorosa, materna ...”

Tiempo de silencio  es una novela proteica, que encierra dentro de sí multitud de historias y diferentes lecturas. En Martín-Santos están presentes el escritor y el médico; el narrador brillante que maneja el oficio de escribir con la perfección de un orfebre, y el médico cuya misión es curar, no sólo a sus pacientes sino también a la sociedad entera; un doctor que desinfecta, limpia las llagas, cauteriza las heridas y extirpa los males de una humanidad maltrecha. Ambos, médico y  escritor, intentan llegar a esa curación ideal del mundo, pero fracasan en el intento.  En Tiempo de silencio  la conclusión resulta demoledora: tras hacer la autopsia a la realidad, sólo quedan los restos de un naufragio: un hombre fracasado y sin esperanza y una sensación de náusea insoportable, más vacía y profunda que la propia muerte.

Carmen Cabeza