lunes, 27 de diciembre de 2010

Adictos a la perfección


Lo hice. Pasé por el quiosco y no pude evitarlo. Volví a comprar una revista de decoración. Ya casi se me había olvidado que, al abrirla, sueles encontrarte con interiores impecables, suelos sin hollar, cocinas maravillosas donde parece que nunca se fríe un huevo y habitaciones imposibles, llenas de luz y de orden, con ventanas enormes y vistas que cortan la respiración. Hojeo las páginas de las casas de campo y no me queda más remedio que encogerme ante las flamantes fotografías de begonias, ciclámenes y erectos ficus en jardines frondosos como el bosque de Bomarzo. No puedo evitar mirar las dos plantas que me quedan y comparar el poderío de la vegetación con mis humildes geranios que se marchitan a ojos vista.
Le echo luego un vistazo a los magazines dominicales y recibo una serie de mensajes del tipo: "Una navidad para sentirte de cine", "50 dietas para después de las fiestas", o "Tu piel perfecta y sin manchas". Me miro en el espejo y repaso mi rostro en busca de granos o puntos negros. El resultado no está mal, pero eso no basta, (nunca es suficiente); debería parecer más tersa, diez años más joven, fresca y sin mácula, casi en estado de gracia, como las Inmaculadas vírgenes de Murillo...


Paso página y me encuentro con la sección: "Consejos del sexólogo" y leo titulares tan conminatorios como: "¿Quién manda en la cama?" (sic), acompañado del subtítulo: "Atrévete a tomar las riendas", e instrucciones del tipo "Cómo hacer que tu chico no se vaya con otra: secretos sexuales para volverle loco". ¿Pretenden domesticarnos como a odaliscas para el disfrute del sultán? Ya estoy harta de que en estas revistas nunca haya consejos prácticos para hombres o titulares del tipo: "Cómo dar placer a tu chica para que no se vaya con otro" y cosas así. Pero ya se sabe, deben pensar que las publicaciones cuentan con una mayoría lectora femenina, y por eso no se dirigen a un público masculino (aunque los hombres las leen, pero no suelen reconocerlo)
Al final me convenzo de que el secreto de las revistas es que el parecido con la realidad no aparece por ninguna parte, que ocultan constantemente ese mundo defectuoso e imperfecto que nos rodea. Se oculta tras decorados de lujo, en salones de diseño cuyos metros cuadrados exceden con mucho las dimensiones de una vivienda estándar, en tarimas brillantes con nombres tan exóticos como jatoba, tatayuba o wengué... (antes no se especificaba; se decía que los suelos eran de madera y punto pelota...)
¿Dónde está el parecido con la realidad en esas modelos de estatura inalcanzable y piel de satén? Parecen inhumanas, no enferman ni envejecen; son seres que la publicidad presenta absolutamente perfectos, inasequibles a los defectos o al paso del tiempo. ¿A quién no le genera frustración enfrentarse de forma permanente con ejemplos tan increíbles?
Me pregunto si alguna vez la publicidad cambiará de rumbo y decidirá poner en la revistas casas reales, lugares donde se viva y se transite, interiores con aspecto humano y seres de carne y hueso, con máculas y manchas, donde la normalidad y la fealdad no estén proscritas... Pero acabo convenciéndome de que el negocio de la publicidad radica en mostrarnos lo imposible, aquello que nunca podremos ser o tener, para generarnos un montón de frustraciones que nos hagan salir y gastar dinero... Así que, al final, tomo una decisión heroica, echo mano de toda mi fuerza de voluntad; decido bajar a la calle y tiro todas las revistas al contenedor de reciclaje.

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