martes, 27 de noviembre de 2018

No se puede escribir poesía después de Auschwitz


 No se puede escribir poesía después de Auschwitz

La frase del filósofo Theodor  Adorno: "Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie" posee la variante muchas veces oída y repetida de: "No se puede escribir poesía después de Auschwitz". Y algo parecido sucede cuando ves de nuevo la película "El hundimiento" y te vuelves a sumergir en el horror.

Sobre un largo fundido en negro, la voz en off de una mujer inicia este viaje tenebroso a través de la historia. Su testimonio nos traslada al Berlín de 1945, bucea por las estancias de un búnker sitiado por las tropas rusas y nos sitúa en la guarida  -último refugio- del gran dictador.

“El hundimiento” ofrece una inquietante sensación de autenticidad La preocupación por el rigor histórico  del director, Oliver Hirschbiegel, le llevó a recrear el búnker de la cancillería con fidelidad total, recreando su atmósfera con tanto realismo que parece que puede tocarse. A medida que avanza la película, el espacio se vuelve gris y claustrofóbico, como el rostro de Hitler, que adquiere una tonalidad cenicienta cuando se acerca el final.




 El guión está basado en testimonios de personas que sobrevivieron a la caída de Berlín. La voz de la narradora corresponde a Traudl  Junge, secretaria personal del Führer, quien, una vez muerto el dictador, logró escapar del ejército rojo y sobrevivir a la guerra. Murió en Alemania, hace pocos años. La acción del film se desarrolla a través de la mirada de Traudl, que se convierte en el personaje principal de la historia. 

Bruno Ganz encarna a Hitler en una interpretación soberbia;  su parecido con el original, fruto de una caracterización impresionante, llega a producir escalofríos. También resulta muy sugerente el papel de Eva Braun,  enigmática mujer que oscila entre la frivolidad y la trascendencia en un juego de primeros planos llenos de misterio y dobles sentidos. 
Debe de ser la primera vez que el cine muestra un rastro de humanidad (o sería mejor llamarlo normalidad) en la figura del dictador.  Tampoco son abundantes: unas pocas escenas que presentan a un hombre acabado, con temblores persistentes y la figura encorvada de un anciano prematuro. Una de esas secuencias "cálidas" es la que contiene una mirada de despedida entre Traudl y el Führer, o la secuencias del dictador jugando con su perro. En ese rasgo de ternura y afecto se  evidencia el lado amable del monstruo, algo que atrae y repele al mismo tiempo.
 





En la segunda parte la acción se acelera, se vuelve trepidante, nos muestra la arrogancia de los oficiales nazis, que se niegan a capitular ante las tropas rusas, sin creer aún que la caída de los dioses ha tenido lugar. La confusión de última hora trae consigo atropellados suicidios, huidas desesperadas, pero en ningún momento signos de duda o arrepentimiento. Una de las escenas más estremecedoras es la de Goebbels, ministro de propaganda, y su mujer, que poco antes de suicidarse  envenenan a su seis hijos con cápsulas de cianuro.

La película termina ahí, pero las heridas originadas por el conflicto seguirán abiertas durante generaciones enteras. A partir de 1945 surgirá un nuevo concepto de guerra que cambiará la Historia. Las barbaridades cometidas por el Tercer Reich hicieron realidad la célebre frase de Nietzsche: “Dios ha muerto en el corazón del hombre”. “El hundimiento” expresa de manera impecable lo que debió de ser aquella realidad, aquel horror en el que algo se había quebrado para siempre; algo, sin duda, sutil e inconcreto, como los hilos invisibles que conforman el alma.



Carmen Cabeza Martínez

martes, 20 de noviembre de 2018

Grease o la posmodernidad

  Grease o la postmodernidad

Desenfadada y ligera, Grease contiene una serie de referentes metaficcionales que conforman una especie de patchwork. Es un cóctel por la heterogeneidad de sus ingredientes (juego de géneros que confluyen en la película: musical, comedia, melodrama, cine de aventuras…), y es postmoderna porque la mayoría de las secuencias presuponen la complicidad del espectador, desde el guiño al cine épico (Ben-Hur en la carrera de aurigas versus coches tuneados por las bandas de T-Birds y  Scorpions en la carrera por el canal) hasta las referencias al melodrama de los años cincuenta, con alusiones directas a Sandra Dee  (actriz secundaria en melodramas de género como “Imitación a la vida” o “Retrato en negro”) o a Doris Day, la novia de América, de moral intachable, pudorosa y escrupulosamente peinada.



 En  la fiesta de pijamas de las Pink ladies, Rizzo, la chica “mala”, interpreta una canción (“Look at me, I’m Sandra Dee) donde se verbaliza esa comparación entre Sandy (Olivia Newton John) y Sandra Dee. También se hace referencia a Doris Day y Rock Hudson; al actor Troy Donahue, (cuya foto aparece en el tocador de Frenchy), un guaperas alto, rubio y bastante insulso que actuó en películas de principios de los 60 como “Verano de amor” y se convirtió en un ídolo para las adolescentes de la época. Sandra Dee representó papeles de muchachita ñoña, encarnando a un tipo de adolescente dócil y sumisa.



 En Grease las huellas cinematográficas son constantes, como el inicio de la carrera de coches en el canal, donde una rutilante Cha-Cha marca la salida con un pañuelo que se quita del cuello en un calco de la misma secuencia en “Rebelde sin causa”, con una adolescente Natalie Wood que hacía exactamente lo mismo. También se da una reiteración de elementos típicos del cine para adolescentes, como el baile del instituto, la chica buena (Sandy), las chicas malas (Rizzo, Cha-Cha…), el “musculitos” (un irreconocible Lorenzo Lamas  al comienzo de su carrera…)  Pero la cinta contiene muchos ecos, quizá menos perceptibles, como las escenas que recuerdan películas musicales de Elvis Presley, “Fiebre del sábado noche”, con un Travolta que se parodia a sí mismo en su papel de Tony Manero;  o  “West side story”, con  coreografías que recuerdan a la Rita Moreno  del famoso número  “America”.




 El resultado es un pastiche postmoderno excelente, que juega con la tradición cinematográfica, recicla materiales ya existentes y elabora una recreación de iconos para cinéfilos  y aficionados al cine que  ha resistido perfectamente el paso del tiempo. 

Carmen Cabeza