sábado, 16 de noviembre de 2013

IN MEMORIAM



A la memoria de mi padre  Francisco  (1928-2013)



 Donde quiera que estés,
 recuerda 
 que a pesar de la muerte,
 seguirás existiendo,
 que estás vivo en nosotros,
 completamente vivo,
 como entonces,
 que apareces en sueños
 y te escondes de manera aleatoria
 bajo cualquier forma radiante de luz.
 Sé que continúas viviendo
 -en tu existencia de estancias abiertas-
 que sobrevivirás siempre
 en el espacio invisible
 de nuestro corazón
 y nuestra memoria.
(Fotografía de Veronika Pinke)

jueves, 19 de septiembre de 2013

QUÉ SERÁ SER TÚ


Qué será ser tú.
Este es el enigma,
la atracción sobrecogedora de  conocer,
el irresistible afán de echar el ancla en ti,
de poseerte.
Qué será la perplejidad de ser tú.
Qué el misterio, la dolencia de ser tú y saber.
Qué el estupor de ser tú,
verdaderamente tú,
y, con tus ojos, verme.
Qué será percibir que yo te ame.
Qué será, siendo tú, oírmelo decir.
Qué, entonces, sentir lo que sentirías tú.

ANA ROSSETTI

viernes, 19 de julio de 2013

FETICHE


Dimas tenía nombre de verdugo. Había algo entrañable en él, un no sé qué de enternecedor en sus desmañados gestos, en los ojos pequeños de tanto mirar hacia dentro, de tanto soñar con rubias esfinges de platino. Lo recuerdo con su torpeza habitual, sus cigarrillos interminables, la mirada perdida entre una niebla de emociones lejanas, inalcanzables...
Dimas coleccionaba imágenes de actrices rubias; también tenía una colección de encajes, ligueros y fetiches asociados a fotogramas míticos de mujeres que habían irradiado su luz dorada en las pantallas de los cines de barrio; semidiosas que le habían fascinado desde hacia tanto tiempo que el recuerdo se había perdido en la memoria...

Dimas adoraba sus iconos con devoción mística. Luego buscaba la réplica en otras mujeres de carne y hueso; buscaba una imitación dorada y curvilínea, un sustituto que recibiera el enorme peso de sus caricias almacenadas en veinte años de sueños rubios, veinte años de pasión por aquellas venus de papel de senos rosados y turgentes, años de viajes iniciáticos por las curvas interminablemente exploradas que hurgaba, penetraba, succionaba y mordía con fruición.  Deseaba aquella carne de primera fabricada en el lejano Hollywood, imitada en los prostíbulos de la ciudad vieja, en los rincones de los muelles rebosantes de ratas y melenas teñidas, de vulvas oscuras e impenetrables, de desencuentros sin número en todos aquellos años de búsqueda del grial plateado...


Recuerdo a Dimas aquella última tarde lluviosa y gris, una tarde de canalones que rebosaban bajo un cielo indefinido, como el de las fotografías veladas. Había sido un día desafortunado y sucio, como la vida de los pobres, una jornada de poca clientela y poco dinero; quizá por eso, por la indolencia pesada de la tarde, intuí el peligro alrededor de Dimas, su apariencia de víctima fácil, propiciatoria, y cuando vi llegar al Jaco con la mirada turbia de tanto meterse porquerías en el cuerpo, supe que algo iba mal, terriblemente mal. Miré a Dimas, ignorante del peligro, sus ojos de perro dulce, las toscas manos de desgastada ternura, su boca que esbozaba una sonrisa ausente... Fue entonces cuando supe que nunca le volvería a ver...

Carmen Cabeza Martínez

jueves, 20 de junio de 2013

Karen Blixen: Lejos de África


 "Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong. El ecuador atravesaba aquellas tierras altas a un centenar de millas al norte, y la granja se asentaba a una altura de unos seis mil pies. Durante el día te sentías a una gran altitud, cerca del sol, las primeras horas de la mañana y las tardes eran límpidas y sosegadas, y las noches frías.(...)
La principal característica del paisaje y de tu vida en él era el aire. Al recordar una estancia en las tierras altas africanas te impresiona el sentimiento de haber vivido durante un tiempo en el aire. (...)  En las tierras altas te despertabas por la mañana y pensabas: "Estoy donde debo estar."


 "Para los grandes viajeros que había entre mis amigos creo que la granja tenía su encanto, porque era inalterable y allí estaba, vinieran cuando vinieran. Viajaban por vastos países y levantaban sus tiendas en muchos lugares, y les gustaba encontrarse con que mi camino seguía siendo inmutable como la órbita de una estrella. (...) Yo estaba siempre deseando irme lejos de la granja y ellos venían con el deseo de libros, sábanas de lino y la fresca atmósfera de una habitación grande y las persianas bajadas; en sus fuegos de campamento pensaban en las alegrías de la vida en la granja..."


"Había  un lugar en las colinas, sobre la primera loma en el cazadero, que yo misma, cuando pensaba que iba a vivir y morir en Africa, se la había señalado a Denys como  mi futuro enterramiento. Por la tarde, cuando estábamos sentados y contemplábamos las colinas desde mi casa, me dijo que a él le gustaría también que lo enterraran allí. Desde entonces, cuando íbamos en automóvil por las colinas, Denys decía:
-Vamos a ir hasta nuestras tumbas. (...)
Denys Finch-Hatton no tenía otro hogar en África que la granja. Vivía en mi casa entre safaris y allí tenía sus libros y su gramófono. Cuando él volvía a la granja, ésta se ponía a hablar; hablaba como pueden hablar las plantaciones de café, cuando con los primeros aguaceros de la estación de las lluvias florecía, chorreando humedad, una nube de tiza."


"Cuando  esperaba que Denys volviera y escuchaba su automóvil subiendo por el camino, escuchaba, al mismo tiempo, a las cosas de la granja diciendo lo que en verdad eran. Era feliz en la granja; venía solo cuando quería venir, y ella percibía en él una cualidad que el resto del mundo no conocía, humildad. Siempre hizo lo que quiso, nunca hubo engaño en su boca. (...)
Por las noches se ponía cómodo tendiendo cojines hasta formar como un sofá junto al fuego y yo me sentaba en el suelo, las piernas cruzadas como la propia Scherezade, y él escuchaba, atento, un largo cuento desde el principio hasta el fin. Llevaba mejor la cuenta que yo misma y ante la dramática aparición de uno de los personajes, me paraba para decirme:
-Ese hombre murió al principio de la historia, pero no te preocupes."

"Después de que me fuera de África, Gustav Mohr me escribió contandome una cosa muy extraña que había sucedido en la tumba de Denys, nunca había oído nada semejante. "Los masai -me escribió- han informado al Comisionado del Distrito de Ngong que muchas veces, al alba y al crepúsculo, han visto leones en la tumba de Finch-Hatton en las colinas. Un león y una leona han aparecido allí y se quedan de pie, o se echan, en la tumba durante mucho tiempo. (...)
Después de que te fuiste, el suelo que rodea la tumba fue nivelado, formando una especie de gran terraza, supongo que el lugar tan plano es un buen sitio para los leones; desde allí pueden ver toda la pradera, el ganado y la caza que hay en ella".

domingo, 26 de mayo de 2013

EL ALBA


El alba nace.
Manos de lluvia
extienden su aliento vegetal
desde valles colmados por la niebla.
A través de caminos invisibles
avanza hasta mi puerta
el olor penetrante de la tierra,
la exquisita tersura de las hojas,
la gravedad silente de la piedra.
El alba detiene ante mis ojos
su cauce húmedo
-un rastro que procede
del intenso aroma de los robles,
del fulgor de la noche,
de los antiguos bosques milenarios-


y viene,
como isla amanecida,
a aplacar la inquietud de mi sangre.
El alba es una isla,
región solar que desentierro
hasta encontrar la densidad
de su materia fértil,
la memoria sumergida
a través de la hiedra.
Y vuelven viejas voces
que me embriagan ahora,
cuando me tiendo,
cuerpo a cuerpo
con la tierra,
el centro de gravedad
atrayéndome al núcleo



-a lo más profundo-
y siento las raíces
trepando a mi cintura,
atándome,
sujetándome a la tierra
de cuerpos en cenizas,
de peces en tinieblas,
de sangre silenciosa...
Y me invade un silencio
de gargantas antiguas
que me transforman en barro,
en trigo candeal,
en hierba,
en olorosa viña que me cubre,
encinta,
grávida,
gestante...

Carmen Cabeza, La tierra y el alba (2008)
Cuadro: Amanecer, Claude Monet (1872)
Foto del centro: Christopher Burkett (1991)

jueves, 18 de abril de 2013

FARMACIA DE GUARDIA

 FARMACIA DE GUARDIA
(Poema de Carmen Martín Gaite)

No es Valium ni Orfidal,
no me ha entendido.
Se trata de la fe. Sí: de la fe.
Comprendo que es muy tarde
y no son horas
de andar telefoneando a una
farmacia
con tales quintaesencias.
Lo que yo necesito
para entrar confiada en el vientre
del sueño
es algún específico protector de
la fe.
¿Que le ponga un ejemplo más
concreto?
Pues no sé... Necesito
creerme que este saco
cerrado por la boca
y en cuya superficie
se aprecia la joroba
de envoltorios estáticos


puede volver a abrirse alguna vez,
a provocar deseos y sorpresas
bajo la luz del sol y de la luna,
bajo el fervor clemente
de los dioses del mar.
¡Oh, volver a sentir lo que era
eso!
(...)
Ya. Que no tienen nada.
Pues perdone.
Comprendo que es muy tarde
para hacerle perder a usted el
tiempo
con tales quintaesencias.
Ya me lo figuraba.
Buenas noches.

Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925- Madrid, 2000)
(Fotografías de Anka Zhuravleva)

viernes, 29 de marzo de 2013

Raquel bajo la lluvia


 Raquel, bajo la lluvia, se ha acostumbrado a callar, a fingir indiferencia, a disfrazarse con maquillaje una máscara de distanciamiento. Sin querer, ha caído en la trampa de renunciar a sus sueños, a todos los ideales que la inconsciencia y la debilidad han ido postergado sine diem.
Raquel ha visto anulada su libertad y  vivido de acuerdo a los deseos de otros, a sus expectativas, a sus necesidades, hasta ver truncados sus propios sueños sin pena ni gloria, porque a nadie le importan; ni siquiera a ella misma.
Raquel, bajo la lluvia, anegada en cafés desde el alba, atiborrada de narcóticos, teme que Hamed, el esquivo Hamed, no regrese a casa.
Raquel oculta su dolor a las vecinas chismosas, entrega al Prozac y la nicotina sus ansias insomnes y posterga, cada día, al cubo de la basura sus ilusiones y hasta su dignidad; pero ahora, bajo la lluvia, solo tiene miedo: teme hasta la locura, hasta el desasosiego, que Hamed, el maldito Hamed, no vuelva a casa.


Raquel espera bajo la lluvia, o delante del televisor, tras la ventana. Mientras espera, bebe café negro para mantenerse despierta, devora calmantes que algún psiquiatra, una vez,  le recetó por depresión endógena, y se aniquila con reproches que, como una masoquista, dirije hacia sí misma, contemplándose en el espejo de la conmiseración, temiendo hasta el infinito que Hamed, el extraño, Hamed, el amante ocasional que había venido una noche a dormir y acabó por quedarse durante años, Hamed, aquel hombre que encendía su sangre con  risa cruel y lasciva, aquel desconocido -ahora lo sabe, es realmente un desconocido, cada día  más sombrío y ajeno-, no vuelva, no regrese jamás a casa.

Carmen Cabeza Martínez

sábado, 16 de marzo de 2013

Cuaderno de Nueva York


 EL LAÚD (José Hierro)

I
Sonó su música, por vez primera
a la orilla del Arno, del Sena,
del Danubio de gabarras y de aceite.
Después atravesó el océano,
enmudeció, sobrevivió, sobremurió.
Escuchó los mariachis
entre el humo de la marihuana,
el coruscante saxofón del gringo
(así lo fijaría en su memoria),
el clarinete bajo
de canto triste y coda de arrepentimiento,
el bandoneón del tango de Buenos Aires,
la guitarra del Sacromonte.
Lo escuchó todo, con nostalgia del rumor del bosque
que había sido su origen,
frente al estuario en el que fuego y oro desembocan.

III

Mister Eisen toma el laúd en sus manos
torpes y corvas como garras,
pero llenas de amor:
restaña las úlceras de la madera,
acaricia y barniza la convexidad de la caja
-cráneo, pecho, cadera, nalga-,
tensa y templa las cuerdas.
Y la madera renacida
huele de nuevo a bosque,
a salón cortesano, a rosa de Cremona.

 

JOSÉ HIERRO. Cuaderno de Nueva York (1998)
Cuadro: Interior holandés, de Joan Miró

domingo, 3 de marzo de 2013

Como agua para chocolate


 CODORNICES EN PÉTALOS DE ROSA

Se desprenden con mucho cuidado los pétalos de las rosas, procurando no pincharse los dedos, pues los pétalos pueden quedar impregnados de sangre y esto puede provocar reacciones químicas, por demás peligrosas.
Ya que se tienen los pétalos deshojados, se muelen en el molcajete junto con el anís. Por separado, las castañas se ponen a dorar en el comal, se descascaran y se cuecen en agua. Después, se hacen puré. Los ajos se pican finamente y se doran en la mantequilla; cuando están acitronados, se les agregan el puré de castañas, la miel, la pithaya molida, los pétalos de rosa y sal al gusto. Por último, se pasa por un tamiz y se le agregan sólo dos gotas de esencia de rosas. Las codornices se ponen en un platón, se les vacía la salsa por encima y se decoran con una rosa completa en el centro y pétalos a los lados.

La fusión de la sangre de Tita con los pétalos de las rosas que Pedro le había regalado resultó ser de lo más explosiva.(...)
A Gertrudis algo raro le pasó. Parecía que el alimento que estaba ingiriendo producía en ella un efecto afrodisíaco, pues empezó a sentir que un intenso calor le invadía las piernas. Un cosquilleo en el centro de su cuerpo no la dejaba estar correctamente sentada en su silla. Empezó a sudar y a imaginar qué se sentiría al ir sentada a lomo de un caballo, abrazada por un villista, uno de esos que había visto una semana antes entrando a la plaza del pueblo, oliendo a sudor, a tierra, a amaneceres de peligro e incertidumbre, a vida y a muerte. (...)
Lo único que la animaba era la ilusión del refrescante baño que la esperaba, pero las gotas que caían de la regadera no alcanzaban a tocarle el cuerpo: se evaporaban antes de rozarla siquiera. Ante el pánico de morir abrasada por las llamas salió corriendo, así como estaba, completamente desnuda.
Para entonces el olor a rosas que su cuerpo despedía había llegado muy, muy lejos. Hasta las afueras del pueblo, en donde revolucionarios y federales libraban una cruel batalla. Entre ellos sobresalía por su valor el villista ese, el que había entrado una semana antes a Piedras Negras y se había cruzado con ella en la plaza.
Una nube rosada llegó hasta él, lo envolvió y provocó que saliera a todo galope hacia el rancho de Mamá Elena. Lo guiaba el olor del cuerpo de Gertrudis. Llegó justo a tiempo para descubrirla corriendo en medio del campo. Entonces supo para qué había llegado hasta allí. Esta mujer necesitaba imperiosamente que un hombre le apagara el fuego abrasador que nacía en sus entrañas.
Un hombre igual de necesitado de amor que ella, un hombre como él.

LAURA ESQUIVEL (extracto de la novela:  Como agua para chocolate)

jueves, 14 de febrero de 2013

Poema de A. Pizarnik


CUARTO SOLO

Si te atreves a sorprender
la verdad de esta vieja pared;
y sus fisuras, desgarraduras,
formando rostros, esfinges,
manos, clepsidras,
seguramente vendrá
una presencia para tu sed,
probablemente partirá
esta ausencia que te bebe.

Alejandra Pizarnik

martes, 29 de enero de 2013

Meditaciones en el umbral


(Poema de ROSARIO CASTELLANOS)

No, no es la solución
tirarse bajo un tren como la Ana de Tolstoi
ni apurar el arsénico de Madame Bovary
ni aguardar en los páramos de Ávila la visita
del ángel con venablo
antes de liarse el manto a la cabeza
y comenzar a actuar.
Ni concluir las leyes geométricas contando
las vigas de la celda de castigo,
como lo hizo Sor Juana. No es la solución
escribir, mientras llegan las visitas,
en la sala de estar de la familia Austen
ni encerrarse en el ático
de alguna residencia de Nueva Inglaterra
y soñar, con la biblia de los Dickinson
debajo de una almohada de soltera.
Debe haber otro modo que no se llame Safo
ni Mesalina ni María Egipciaca
ni Magdalena ni Clemencia Isaura.
Otro modo de ser humano y libre.
Otro modo de ser.


ROSARIO CASTELLANOS (México DF, 1925 - Tel Aviv, Israel, 1974)
 (del libro Meditaciones en el umbral)
Imagen: Madame Rimsky Korsakov, de Winterhalter