No se puede escribir poesía después de Auschwitz
La frase del filósofo Theodor Adorno:
"Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie" posee la variante muchas veces oída y repetida de: "No se
puede escribir poesía después de Auschwitz". Y algo parecido sucede cuando ves de nuevo la película "El hundimiento" y te vuelves a sumergir en el horror.
Sobre un largo fundido en negro, la voz en off de una mujer
inicia este viaje tenebroso a través de la
historia. Su testimonio nos traslada al Berlín de 1945, bucea por las
estancias de un búnker sitiado por las tropas rusas y nos sitúa en la guarida -último refugio- del gran dictador.
“El hundimiento”
ofrece una inquietante sensación de autenticidad La preocupación por el rigor histórico del director, Oliver Hirschbiegel, le
llevó a recrear el búnker de la cancillería con fidelidad total, recreando su atmósfera con tanto realismo que parece que puede tocarse. A medida que avanza la película,
el espacio se vuelve gris y claustrofóbico, como el rostro de Hitler, que
adquiere una tonalidad cenicienta cuando se acerca el final.
El guión está basado
en testimonios de personas que sobrevivieron a la caída de Berlín. La voz de la
narradora corresponde a Traudl Junge,
secretaria personal del Führer, quien, una vez muerto el dictador, logró escapar
del ejército rojo y sobrevivir a la guerra. Murió en Alemania, hace pocos años. La acción del film se desarrolla a través de la mirada de Traudl,
que se convierte en el personaje principal de la historia.
Bruno Ganz encarna a
Hitler en una interpretación soberbia;
su parecido con el original, fruto de una caracterización impresionante,
llega a producir escalofríos. También resulta muy sugerente el papel de Eva
Braun, enigmática mujer que oscila entre
la frivolidad y la trascendencia en un juego de primeros planos llenos de
misterio y dobles sentidos.
Debe de ser la primera vez que el cine muestra un rastro de humanidad (o sería mejor llamarlo normalidad) en la figura del dictador. Tampoco son abundantes: unas pocas escenas que presentan a un hombre acabado, con temblores persistentes y la figura encorvada de un anciano prematuro. Una de esas secuencias "cálidas" es la que contiene una mirada de despedida entre Traudl y el Führer, o la secuencias del dictador jugando con su perro. En ese rasgo de ternura y afecto se evidencia el lado amable del monstruo, algo que atrae y repele al mismo tiempo.
Debe de ser la primera vez que el cine muestra un rastro de humanidad (o sería mejor llamarlo normalidad) en la figura del dictador. Tampoco son abundantes: unas pocas escenas que presentan a un hombre acabado, con temblores persistentes y la figura encorvada de un anciano prematuro. Una de esas secuencias "cálidas" es la que contiene una mirada de despedida entre Traudl y el Führer, o la secuencias del dictador jugando con su perro. En ese rasgo de ternura y afecto se evidencia el lado amable del monstruo, algo que atrae y repele al mismo tiempo.
En la segunda parte la acción se acelera, se vuelve trepidante, nos muestra la arrogancia
de los oficiales nazis, que se niegan a capitular ante las tropas rusas, sin
creer aún que la caída de los dioses ha tenido lugar. La confusión de última
hora trae consigo atropellados suicidios, huidas desesperadas, pero en ningún
momento signos de duda o arrepentimiento. Una de las escenas más estremecedoras es la
de Goebbels, ministro de propaganda, y su mujer, que poco antes de suicidarse
envenenan a su seis hijos con cápsulas de cianuro.
La película termina ahí, pero las heridas originadas por el
conflicto seguirán abiertas durante generaciones enteras. A partir de 1945 surgirá un
nuevo concepto de guerra que cambiará la Historia. Las barbaridades cometidas por el Tercer Reich hicieron realidad la célebre frase
de Nietzsche: “Dios ha muerto en el corazón del hombre”. “El hundimiento”
expresa de manera impecable lo que debió de ser aquella realidad, aquel horror
en el que algo se había quebrado para siempre; algo, sin duda, sutil e
inconcreto, como los hilos invisibles que conforman el alma.
Carmen Cabeza Martínez
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSe puede.
ResponderEliminarSimone Veil
y tantos otros que fueron capaces de seguir creyendo y creando...
lo demuestran.
Abrazo. Grande.