miércoles, 21 de noviembre de 2012

Edward Hopper en Madrid


Ignorado durante mucho tiempo por el público y la crítica, Edward Hopper (1882- 1967), tuvo que cumplir los cuarenta años para convertirse en uno de los artistas más reconocidos de los Estados Unidos. La exposición de unos setenta cuadros del pintor en el museo Thyssen  de Madrid el pasado verano incluía los que aquí se muestran.
El de arriba, titulado Morning Sun, fue pintado en 1952. Muestra una mujer mirando por la ventana. Hopper parece conferir a la luz una dimensión espiritual. Los hombres y mujeres enmarcados por la luz solar comparten una misma actitud de espera y  recogimiento. En este caso, el cuadro adquiere un tono de melancolía, haciendo que la luz se convierta en la luz fría de un foco de quirófano. Por su implacable geometría, la luz solar es ahora el engaño de una promesa que no se va a cumplir, la trampa de una plenitud inalcanzable.

The Martha Mckeen of Wellfleet (1944). En 1910, Hopper raeliza su último viaje a Europa. Cuando regresa a USA, visita la costa de Maine, los pueblos cercanos a Gloucester, ciudad portuaria que, en los años veinte, se había convertido en una colonia estival de artistas. La intensidad de la luz de Nueva Inglaterra ya había asombrado años antes al escritor Henry James. Hopper compra una casa cerca de allí y él y su mujer, Jo, pasarán los veranos en la costa. Este cuadro constituye un homenaje a los amigos con los que el pintor navegó ocasionalmente durante años.

En Apartment Houses (1923) aparece un ejemplo de esa realidad fragmentada que tan afecta le resultaba al pintor. Hopper nos introduce en una historia cotidiana, una escena más de la instantaneidad del everyday way of life. Contemplamos a la mujer que limpia los apartamentos desde una ventana, pero el punto de vista del cuadro nos obliga a reflexionar sobre la escena, nos ofrece un ángulo inquietante, porque hay demasiadas ventanas abiertas, como ojos que observan y nos observan. ¿Qué miramos? ¿Qué vemos? Se dice que Hopper es el pintor de la soledad de las personas en la vida urbana moderna, del aislamiento y la incomunicación. El juego exterior-interior repetido en sus obras permitiría pensar en un sentido simbólico: un interior claustrofóbico y un exterior de libertad más allá de las posibilidades de los protagonistas...

Groundswell  (Brisa de tierra)  (1939) es otro cuadro que recuerda las estancias del pintor en Cape Cod y los paisajes de la costa de Nueva Inglaterra.
En Gas (1940) de nuevo vemos a una persona que espera. Espera quizá que llegue un visitante o un viajero. Espera que llegue un automóvil para echar gasolina, y en el curso de esa espera, la persona aparece aislada, minimizada, casi una sombra que desaparece visualmente tras los postes rojos de la gasolinera. El interés de Hopper por lo transitorio hace que en sus cuadros se repitan escenas de trenes, estaciones, caminos, gasolineras, lugares de espera, trasbordos, desplazamientos, instantes efímeros que se suceden entre viaje y viaje. La vida es un recorrido que se perpetúa en el tiempo, y esa especie de deambular infinito es plasmado en los cuadros de Hopper a través de una serie de instantes transitorios. 

El teatro Sheridan (1937)

Los cines y los teatros tienen una presencia singular en la pintura de Edward Hopper desde finales de los años treinta. Esto responde a una visión del mundo que subraya su ironía teatral: en los pequeños teatros neoyorquinos se representa el drama silencioso de las existencias comunes. En este tipo de cuadros los espectadores aparecen aislados, en ningún caso prentan atención al escenario; las acomodadoras ofrecen un aspecto cansado y silencioso... En estas pinturas Hopper pone en escena la mitología, los decorados de una norteamérica de ensueño, para exponer mejor el carácter teatral de un mundo que carece de verdadera vida y profundidad.

2 comentarios:

  1. ¡Gracias! Como no pude ir, esto es como si lo pusieras aquí para mí.

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  2. Yo estuve en la exposición el pasado mes de agosto y me gustó mucho poder ver, al natural, algunos cuadros de Hopper que ya se han convertido en clásicos. Los que puse en la entrada son de los que más me gustaron entre los setenta que se exponían en el Thyssen...

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