lunes, 13 de febrero de 2012

Ranchipur existe...


Con este tiempo inclemente, me refugio del frío leyendo, de forma itinerante, varios libros a la vez. De esta manera, alterno La conjura de los necios, de J.K.Toole, con Volvieron las lluvias, de Louis Bromfield, un novelón de ochocientas páginas famoso sobre todo, por sus adaptaciones al cine. La primera, protagonizada por un irresistible Tyrone Power, fue más alabada por la crítica que la otra, pero yo prefiero la segunda versión, titulada Las lluvias de Ranchipur, quizá por el magnetismo que se establece entre la pareja protagonista: Richard Burton, uno de mis actores preferidos y la sensual Lana Turner en su época de esplendor.

Intento combatir aún más las bajas temperaturas de febrero compartiendo la lectura de las dos obras anteriores con otros títulos; por ejemplo, La esfinge maragata, magnífica obra de la olvidada Concha Espina, una sorprendente narradora que ha sido defenestrada del panorama literario desde hace décadas... Hace unos días empecé Bomarzo, obra de culto del escritor argentino Mujica Lainez.




Personajes y libros se intercalan, se suceden unos a otros ocupando su sitio en el imaginario de lo no real; conquistan, a duras penas, un espacio en ese viejo almacén donde se ubican objetos, palabras y liturgias que proceden de la ficción. Como si no existiera nada más allá de lo imaginado, tenemos que vivir otras vidas para soportar las nuestras. Somos animales narrativos que apuran sus tareas cuanto antes para poder enfrascarse en historias ajenas, lecturas, películas, realities, mundos virtuales... ¿Es tan áspera la vida que no tenemos más remedio que sumergirnos en la ficción?
Mientras tanto, Ignatius Reilly me hace reír mientras se pasea indolente por el barrio francés de Nueva Orleans y cada noche, en su rijosa habitación, escribe la gran obra maestra de la literatura universal. Poco después me sumerjo en la lluvia que anega Ranchipur, respiro el olor de la tierra, el calor sofocante de sus páginas, y continúo con las aventuras de Orsini y su brillante cosmovisión del renacimiento italiano, la sacralidad del bosque de Bomarzo, el virtuosismo de una escritura delirante... Y va pasando este febrero de fríos desapacibles, mientras me refugio en los libros y me oculto del mundo, me aletargo, me arrebujo entre cobijas y edredones y espero con desesperación que este invierno interminable se acabe de una maldita vez...

Carmen Cabeza Martínez

3 comentarios:

  1. Ignatius Reilly resucito con la muerte de su autor, pero nunca ninguno pudo oirte cantar...

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  2. Nunca esta de mas... Nos vemos en el Jardin de Bomarzo.

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  3. La palabra escrita es una suerte de promesa, recuérdalo.
    Cuando quieras, nos vemos en Bomarzo...

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