Reseña de Marcelo Matas de Álvaro (diario El Comercio, 11 de diciembre del 2020)
En busca de la
identidad
La escritora ovetense Carmen Cabeza recibió el Premio de la Crítica de Asturias 2015 en la modalidad de Narrativa en Castellano por su obra Raquel bajo la lluvia y otros relatos (CSED ediciones, 2014), un conjunto de narraciones cortas que incluía relatos de ficción, referencias de viajes, artículos periodísticos, críticas literarias y cinematográficas. Además de la calidad de los relatos, de aquella miscelánea destacaban las entradas dedicadas a autores como Tennessee Williams, Martín Santos o las hermanas Brontë. Esta facultad para la crítica, para realizar un análisis que consiga abrir al lector hacia una nueva perspectiva en el entendimiento del autor y su obra, es también de la que se sirve Carmen Cabeza para edificar, utilizando una estructura en la que no se advierte el necesario andamiaje, la novela Nunca fuimos Ingrid Bergman (Ediciones Nieva, 2019).
Así, una narración que podría haberse frustrado por la concurrencia de ciertos elementos demasiado presentes en las tramas novelescas —la orfandad de la narradora, la infancia con sus abuelos, el duro pasado de la familia condicionado por las miserias de la guerra civil, el abuelo preso en la posguerra, una mujer a la que hacen pasar por loca por atreverse a denunciar el maltrato de su marido, el salvaguardas del estraperlo, el aprovechamiento de la situación de necesidad por un personaje adicto al régimen, quien pone un piso a una de las tías de la narradora y, más tarde, perpetra el hecho clave de la novela— no solo se salva con creces, sino que logra relevancia literaria gracias a la estructura narrativa que la configura. Es la elección del punto de vista —principal problema a resolver en una obra, según Henry James— el que otorga sentido narrativo a esta novela. La narradora escribe desde la soledad y la lejanía de una cabaña situada en una pequeña ciudad de Finlandia. A la vez que va reflexionando sobre su presente, va rescatando trazos de una memoria que le ayuden a ahuyentar el miedo. A través de breves pasajes que, a modo de flashbacks cinematográficos, la autora va ensamblando como en una película de imágenes pasadas, va componiendo la historia que ha determinado su vida, una historia que se cierra definitivamente cuando va recibiendo las cartas que su tía Charo (la amante del personaje adicto al régimen) escribió en los años 50 desde La Habana a su abuela, y en las que se revela el oculto origen de la narradora. Este distanciamiento físico y temporal es el que permite —en aparente paradoja— a la narradora acercarse a su pasado para lograr resolver ese enigma de su identidad que jamás se atrevió a imaginar.
Carmen Cabeza tiene esa cualidad de conjugar una sólida estructura narrativa con la articulación de una prosa bien perfilada, a menudo nutrida con imágenes que vigorizan el sentido de lo contado. Nunca fuimos Ingrid Bergman tiene ese poso de melancolía habitado en las vidas de unas mujeres que alguna vez soñaron con la belleza y la felicidad de ser personajes de ficción, como la actriz sueca que aparece en el título del libro; mujeres que tuvieron la certeza de que sus hombres las abandonarían tarde o temprano por el ardor de los campos de batalla, por la aventura…; mujeres que, como la narradora, tendrán que cargar para siempre con el dolor del pasado, y no solo porque no pudieron ser Ingrid Bergman, ni poseer la cualidad evanescente de su pelo, ni su sonrisa, que le fruncía el rostro como una flor asimétrica.
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