Hace ya bastante tiempo que me sorprende la abundancia en internet de entradas destinadas a captar clientes/alumnado para talleres de escritura, talleres de poesía, de "cómo hacer una novela" o cursos tipo "marketing online para escritores", "los diez mejores trucos para promocionar tu libro", "necesitas tácticas de autopromoción"... y una larga serie de consejos que acaban haciéndote sentir culpable por tu "pasividad" en las redes sociales. Según copia literal, deberías mantener una "intensísima actividad" virtual, como llevar tu blog al día (o blogs, si son varios), tener una web especializada en un género literario concreto, claro, en el que tú seas experto (¿?) o, al menos, lo parezcas; amén de contestar a todos los twitters y comentarios en Facebook, grabar tus opiniones sobre libros y novedades editoriales en vídeo y subirlos a tu canal de YouTube, porque, claro, a estas alturas de la historia tienes que ser un youtuber muy activo, faltaría más... Ah, y otra cosa muy importante, participar en foros literarios día sí y día también vertiendo tus originales opiniones sobre lo que sea... El caso es hacerte notar, que tus comentarios sean llamativos (pordiós no me seas un muermo...) y, bueno, el sueño de todo bicho viviente, ¡¡convertirse en trending topic!!
Así
que, tras este extenuante trabajo, tras haberte convertido en un
twittero famoso, un youtuber con miles de seguidores, un estupendo
onliner total... has rozado la cumbre de algo que no sabemos muy bien en
qué consiste, pero que se parece mucho a que tu nombre suene (como ruido
de fondo) en todo este maremagnum virtual. Se nos olvidaba
algo... ¿Alguien ha mencionado la palabra escribir? Bueno, a estas
alturas parece que escribir -y hacerlo bien- es lo que menos importancia
tiene.
Tenemos consejos para todos: poetas, prosistas, aprendices..., consejos para
escritores profesionales, noveles, audoetidados, independientes... Con
toda esa hiperactividad no me extraña que acabemos haciéndonos adictos
al ansiolítico, inmersos en una especie de ceremonia de la frustración
(nunca llegas a hacerlo todo, nunca es suficiente), y la ansiedad que esto provoca suele ser lo más opuesto a la
creatividad, aunque también puede suceder lo contrario: muchos autores dan lo mejor de sí mismos cuando escriben bajo presión... Que se lo digan a Balzac, el eterno insomne de las noches en blanco, escribiendo sin parar para tener a punto los capítulos de las novelas por entregas
que se publicarían al día siguiente en La Revue des deux mondes o La Presse... Se dice que Balzac llegó a tomar hasta cincuenta cafés al día para
mantener la lucidez y la agilidad mental, y así completó más de ochenta novelas que le han
convertido en uno de los grandes clásicos.
El café de Balzac ejercía sobre él una mejora de la concentración, algo fundamental a la hora de pergeñar una historia, novela, cuento... en fin, cualquier trabajo intelectual. Lo contrario es el cansancio mental que provoca la interacción permanente en las redes: fatiga y una literal imposibilidad de centrarse en algo concreto. A menudo, esto se convierte en uno de las grandes problemas del escritor.
Nos intoxicamos con un exceso de información: datos, mails, likes, twits..., y eso añade estrés a nuestra vida. Nadie puede digerir toda la información que recibe, así que resulta inevitable caer en la dispersión. ¿Cómo gestionar todo esto sin caer en el espejismo de la banalidad? En una cultura donde prácticamente ya no se lee un libro completo, sino la reseña del libro; donde pululan escritores que no escriben (vividores que no viven, que decía Sabina), donde abundan los saraos y la vida literaria -muchas veces irrelevante, carente de verdadera autenticidad- y escasean los momentos de reflexión y soledad, estamos muy cerca de lo superficial y epidérmico, del tipico ruido -mucho ruido y pocas nueces- donde cuesta demasiado "distinguir las voces de los ecos...", como decía Machado...
Texto: Carmen Cabeza
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