Entre sus páginas
flota el ambiente del formaldehído, un olor a fenol desinfectante que revela la
asepsia del quirófano, como si la novela realizara una autopsia a la sociedad y
al mundo, lo diseccionara con escrupuloso pulso de cirujano y la atmósfera en
sus páginas se volviera cada vez más densa y grave, como el silencio de una
morgue.
La enfermedad como metáfora siempre ha estado presente en la
literatura; muchas veces, la figura del escritor se asemeja a la de un
curandero o chamán que extirpa los tumores del mundo con un escalpelo y analiza
sus resultados. Una novela puede contener un diagnóstico, sacarle las vísceras
a una sociedad enferma y exponerlas a la
luz blanca e hiriente de una mesa de operaciones. Al fin y al cabo, la ficción siempre ha estado poblada por
personajes enfermos física o mentalmente;
neurosis, hipocondría y demencia se han paseado por la historia literaria desde
hace siglos.
En Tiempo de silencio,
el protagonista parece un alter ego del autor. Martín Santos, escritor y médico
psiquiatra, podría identificarse con su personaje, Pedro, joven investigador
que fracasa en sus aspiraciones de descubrir una cura para el cáncer. El
protagonista de la novela es detenido por participar en un aborto ilegal, y
aunque logra salir de comisaría libre de cargos, es despedido del centro de
investigaciones científicas donde trabaja.
Impregnada de
pesimismo, la novela expresa una desesperación existencial que enlaza, por su
visión de España, con el pensamiento de Goya, Larra y Valle-Inclán. La
descripción del Madrid de 1949 constituye un retrato magistral de las
diferentes clases sociales. Intelectuales, burguesía, hampa y proletariado
aparecen reflejados en sus páginas a través de complejas fórmulas narrativas,
en un alarde experimental que utiliza los más variados registros lingüísticos y
las técnicas más innovadoras.
Y tras este
soberbio uso del lenguaje, un nihilismo demoledor, la mirada de un científico
cuya crítica no engloba sólo a la dictadura franquista, -retrato brutal de un sistema represivo e
hipócrita-, sino a la sociedad entera,
al mundo, a la naturaleza humana en su conjunto, porque el autor va más allá de
una ciudad o un país concreto; expresa una decepción de carácter existencial,
en la que nadie ni nada se salva. Tampoco Pedro, su protagonista, prototipo del
antihéroe, médico sin vocación que se mueve fundamentalmente por impulsos de
vanidad. En sus investigaciones, encaminadas a descubrir un medicamento contra
el cáncer, no le guían impulsos humanitarios, sino un deseo salvaje de triunfar
e incluso de ganar el premio Nobel:
“De
ahí puede surgir el origen de otro descubrimiento más importante todavía por el
que el rey sueco pueda inclinarse sobre nosotros hablando en latín o en
inglés...”
En sus delirios por
alcanzar ese sueño, no le importa que alguna de las muchachas que crían a los
ratones para su experimento se pueda “contagiar” de un cáncer virásico, ya que
este hecho probaría su hipótesis:
“¡Oh,
qué posibilidad apenas sospechada
(..) de que una –con una bastaba-
de las mocitas púberes toledanas hubiera contraído, en la cohabitación de la
chabola, un cáncer inguinoaxilar ...”
Sin embargo, Pedro
resulta moralmente superior al resto de personajes que desfilan por la novela
como alimañas surgidas de un paisaje esperpéntico: el Muecas, el Cartucho,
Amador, el Mago... son sujetos repulsivos descritos con rasgos expresionistas,
pero certeramente retratados a través de la modalidad lingüística, (jerga del
lumpen), que utilizan en sus diálogos.
“Ahuequé.
Limpié bien el corte y lo encalomé en el jergón. Vino la pasma y a preguntar.
“Derrótate Cartucho” Y palo va palo viene. Pero yo nanay ... “
La ciudad, el
barrio, las chabolas son como organismos guardados en cloroformo a los que se
les practica un estudio clínico. Martín Santos alterna capítulos de registro
coloquial y vulgar con otros llenos de tecnicismos y nomenclatura científica. A
lo largo de la novela se incluyen términos médicos como mitosis, motoneuronas,
córtex, neoplasia, oligofrénicas, neuroblastos… Este tipo de léxico aparece,
sobre todo, en los monólogos interiores del protagonista:
“Como
si la grasa esteatopigia de las hotentotes no estuviera perfectamente
contrabalanceada por la lipodistrofia progresiva de nuestras hembras mediterráneas.”
“...
menguado pasto para los gusanos a través de cualquiera de las complicadas
formas del morir hambriento (tuberculosis, escrófula, latirismo, eruptos de
sangre, temblor progresivo de los calcañares... “
En este
uso científico del lenguaje parece adivinarse un intento por plasmar la
neutralidad, un deseo de distanciamiento, como si el médico-escritor estuviese
haciendo experimentos con sus personajes y éstos no fueran más que cobayas de
laboratorio; como si, gracias a ese lenguaje frío, adquiriera la precisión de
un cirujano para extirpar, cortar o viviseccionar a sus personajes. Pero, a la
vez, el frecuente uso de términos ininteligibles para los no profesionales de
la medicina suele producir el efecto contrario, y otorgar al texto el cariz de magia y de
misterio típicos del pensamiento primitivo sobre lo inexplicable y maravilloso. Con el uso de
un lenguaje especializado consigue una intensificación poética del mismo. Por
eso la lectura se impregna de fascinación e intentamos descifrar las palabras
desconocidas como si de un mensaje encriptado se tratara.
La prosa de
Martín-Santos está llena de prodigios, de enumeraciones aparentemente caóticas,
de páginas hechas de sucesiones de palabras con carácter poético, de imágenes
surrealistas con una rara e inusual belleza:
“Magma
la protoforma de la vitalidad que nace. Magma la fuliginosa pegajosidad del
esperma. Magma la roca fundida en su estado primitivo, antes de que se degrade
en piedras.”
“Esferoidal, fosforescente, retumbante,
oscura-luminosa, fibrosa-táctil, recogida en pliegues, acariciadora, amansante,
paralizadora recubierta de pliegues protectores, olorosa, materna ...”
Tiempo de silencio
es una novela proteica, que encierra dentro de sí multitud de historias
y diferentes lecturas. En Martín-Santos están presentes el escritor y el
médico; el narrador brillante que maneja el oficio de escribir con la
perfección de un orfebre, y el médico cuya misión es curar, no sólo a sus
pacientes sino también a la sociedad entera; un doctor que desinfecta, limpia
las llagas, cauteriza las heridas y extirpa los males de una humanidad
maltrecha. Ambos, médico y escritor,
intentan llegar a esa curación ideal del mundo, pero fracasan en el
intento. En Tiempo de silencio la conclusión resulta demoledora: tras hacer
la autopsia a la realidad, sólo quedan los restos de un naufragio: un hombre
fracasado y sin esperanza y una sensación de náusea insoportable, más vacía y
profunda que la propia muerte.
Carmen Cabeza
Sí. Y, sin embargo, más allá de la mujer y el hombre, hay más bacterias que laten.
ResponderEliminarAbrazo, Carmen.
¡Qué hermosa frase! Es un poema en sí misma...
ResponderEliminarMuchas gracias, Indigo, y un abrazo fuerte.