martes, 22 de marzo de 2016

¿Por qué escribimos?




La necesidad o el vicio de escribir, esa suerte de pasión inasequible al desaliento que a algunos nos impulsa a coger el lápiz o el bolígrafo una y otra vez, ¿para qué sirve, si es que sirve para algo?
¿Lo hacemos para liberar nuestras filias y nuestras fobias? ¿Para cauterizar heridas? ¿Para vengarnos de nuestros enemigos de una manera limpia y cruenta, sin derramamiento de sangre…?   
Quizá escribir no sea más que una enajenación transitoria. Como decía Greene: “Las personas reales estamos repletas de seres imaginarios”, y quizá escribimos porque necesitamos materializarlos, escapar así de una realidad que nos encierra en límites demasiado estrechos.  O, simplemente,  porque la literatura hace que todo lo que nos rodea se vuelva soportable y resulte más llevadero vivir en el sueño, al amparo de ficciones que consuelan y anestesian.

Escribir y leer son hábitos que se parecen mucho al gesto de abrir puertas y ventanas. Una frase de Rosa Montero explica a la perfección esa insobornable necesidad de literatura: “Dejar de leer representaría para mí la muerte instantánea, sería como vivir en un mundo sin oxígeno.”



Y es que el lenguaje tiene un enorme poder. La palabra libera, exalta, apasiona...  Es  capaz de generar emociones, ese idioma  universal que mueve todo tipo de resortes en lectores y escritores. No se trata de un sentimentalismo fácil, sino de emoción lisa, llana,  visceral.
Cuando leemos, podemos meternos en la piel del otro. Nos sentimos como Iván Denisovich, por ejemplo. Somos Gregorio Samsa, Ana Ozores o Aureliano Buendía en sus cien años de soledad. Nos sentimos extraños como Meursault, el extranjero, o confiamos en la bondad de los desconocidos, como Blanche du Bois. Somos ellos y sentimos como ellos, porque gracias a la ficción podemos asomarnos a las vidas de esos héroes y antihéroes que han habitado durante siglos la historia de la literatura.

 En palabras de Luis García Montero: “La capacidad de fabular sirve para legitimar la disidencia, para comprender por dentro la vida de los otros, para sentir amor e imaginar alternativas contra la injusticia”.

En definitiva, la ficción nos hace entender mejor, mirar más lejos y más profundo. 
Creo que por esa razón continuamos leyendo y escribiendo…