La necesidad o el vicio de escribir, esa suerte de pasión inasequible
al desaliento que a algunos nos impulsa a coger el lápiz o el bolígrafo una y otra vez, ¿para qué sirve, si es que sirve para algo?
¿Lo hacemos para
liberar nuestras filias y nuestras fobias? ¿Para cauterizar heridas? ¿Para vengarnos de
nuestros enemigos de una manera limpia y cruenta, sin derramamiento de sangre…?
Quizá escribir no sea más que una enajenación
transitoria. Como decía Greene: “Las personas reales estamos repletas de seres
imaginarios”, y quizá escribimos porque necesitamos materializarlos, escapar así
de una realidad que nos encierra en límites demasiado estrechos. O, simplemente, porque la literatura hace que todo lo que nos
rodea se vuelva soportable y resulte más llevadero vivir en el sueño, al amparo
de ficciones que consuelan y anestesian.
Escribir y
leer son hábitos que se parecen mucho al gesto de abrir puertas y ventanas. Una frase de Rosa
Montero explica a la perfección esa insobornable necesidad de literatura: “Dejar
de leer representaría para mí la muerte instantánea, sería como vivir en un
mundo sin oxígeno.”
Y es que el lenguaje tiene un enorme
poder. La palabra libera, exalta, apasiona... Es capaz de generar emociones, ese
idioma universal que mueve todo tipo de
resortes en lectores y escritores. No se
trata de un sentimentalismo fácil, sino de emoción lisa, llana, visceral.
Cuando
leemos, podemos meternos en la piel del otro. Nos sentimos como Iván Denisovich, por
ejemplo. Somos Gregorio Samsa, Ana Ozores o Aureliano Buendía en sus cien
años de soledad. Nos sentimos extraños como Meursault, el extranjero, o
confiamos en la bondad de los desconocidos, como Blanche du Bois. Somos ellos y sentimos como ellos, porque gracias
a la ficción podemos asomarnos a las vidas de esos héroes y antihéroes que
han habitado durante siglos la historia de la literatura.
En palabras de Luis García Montero: “La
capacidad de fabular sirve para legitimar la disidencia, para comprender por
dentro la vida de los otros, para sentir amor e imaginar alternativas contra la
injusticia”.
En
definitiva, la ficción nos hace entender mejor, mirar más lejos y más profundo.
Creo que por esa razón continuamos leyendo y escribiendo…