
¿Recuerdas aquel cuello, haces memoria
del privilegio aquel, de aquel aquello
que era, almenadamente blanco y bello,
una almena de nata giratoria?
Recuerdo y no recuerdo aquella historia
de marfil expirado en un cabello,
donde aprendió a ceñir el cisne cuello
y a vocear la nieve transitoria.
Recuerdo y no recuerdo aquel cogollo
de estrangulable hielo femenino,
como una lacteada y breve vía.
Y recuerdo aquel beso sin apoyo
que quedó entre mi boca y el camino
de aquel cuello, aquel beso y aquel día.
Texto: Miguel Hernández
Cuadro: Viva el pelo (1928), de Julio Romero de Torres
Un poema bellísimo donde se ensalza la blancura, el sueño, el beso, el verbo y el verso. Y una música que acompaña la nívea luz del cuello, el camino y la boca que lo recorrió, entre ojales y sueños. Un abrazo, grande, grande y tan índigo como puedan imaginar tus sueños.
ResponderEliminarHermosísimo soneto nos has traído, Carmen, de uno de mis poetas favorito, pues el poeta de Orihuela es y siempre será para mí uno de los más queridos. Y qué bella alusión hacen sus versos de la frágil y delicada hermosura del cuello femenino.
ResponderEliminarUn besín, mi querida poeta y disfruta del fin de semana, que, precisamente, estos días he estado en tu Gijón de mar y de luz.
Precioso...
ResponderEliminarBesos
esme
Gracias, Esme, por tus palabras.
ResponderEliminarMayte, para mí el poeta de Orihuela es mi favorito, sin circunloquios, sin rodeos. Me enamoré de su poesía y continúo enamorada, como las dementes, como si hubiera quedado prendida de sus palabras y de toda esa belleza que conjura en sus poemas. Y el del cuello femenino es uno de los más hermosos, por eso lo puse aquí.
Índigo, comparto todo lo que dices sobre el poema, uno de los mejores sonetos que compuso Miguel Hernández. El instante del beso interrumpido, la boca ansiosa de esa blancura que forma la nívea luz del cuello... Lo expresas divinamente. Me alegro de compartir esa belleza con vosotras.
Un abrazo enorme.
Carmen Cabeza
Ay, Carmen, acabo de ver tu respuesta a mi comentario y decirte que los tres primeros libros de poesía que me regalaron mis padres durante mi infancia, fueron de Miguel Hernández, de Federico García Lorca y de Alfonsina Storni y desde entonces, por más que muchos otros poetas me gustaron, fueron esos tres, quizás, además, no sólo por su insigne y significativa obra, sino también por los trágicos finales que tuvieron sus respectivas vidas, mis poetas favoritos por excelencia, los más dilectos, aquéllos a quienes incluso lloré y de quienes aprendí poesías de memoria, algo para mí inusual, pues tengo una capacidad para memorizar bastante limitada, pero "Para la libertad" de Miguel Hernández, fue el primer poema que me aprendí de memoria y creo que el único que aún recuerdo de forma íntegra.
ResponderEliminarTengo un amigo bloguero, muy buen poeta, todavía mejor persona, hombre muy culto y versado, nunca mejor dicho, en poesía, argentino, que es todo un admirador de la vida y obra de Miguel Hernández y voy a facilitarte el enlace de su blog por si te apeteciese visitarle, y a él también voy a hablarle de ti ahora mismo, sé que le encantará conocerte, pues ya digo que de Miguel Hernández es todo un erudito y como poeta es magnífico, así como persona.
Te dejo su enlace y un beso enorme, mi niña: AMÍLCAR BLANCO
Me encanta coincidir contigo y con Amílcar Blanco -con quien ya he contactado- en esta pasión por el poeta de Orihuela. Muchas gracias por dejarme su enlace; he leído algunos de sus poemas y son muy buenos, aparte de que sus comentarios están llenos de profundidad, como los de un gran pensador.
ResponderEliminarYo también aprendí poesías de memoria, pero las primeras, de cuando era niña, fueron las rimas de Bécquer y los poemas de Antonio Machado. Mis primeros poetas fueron ellos, los más cercanos, los más transparentes... Luego, en la adolescencia, conocí la obra de Miguel hernández y me fascinó, por su obra, una de las mejores de la literatura española del siglo XX, y por su trágica vida de honradez y miseria.
En diciembre de 2010 pasé unos días en Alicante y una tarde subí al cementerio, donde, rodeada de cipreses, está la tumba del poeta. Allí deposité una rosa roja, en el centenario de su nacimiento... Actos algo ridículos y superfluos, como pensarán algunos, pero a mí me encantó hacerlo, la verdad. Quizá sólo sea un gesto, pero un bello gesto al fin y al cabo.
Así que seguiremos compartiendo sus poemas, disfrutándolos y sintiéndolos...
Gracias, Mayte. Un abrazo.
Carmen Cabeza