Sus brazos te rodean
-se alargan-
formando un nudo de carne
en la cintura tronchada,
mientras la piel jadea,
cercada por un deseo de jazmín
que estrecha su tallo a borbotones.
El cuerpo se repliega,
secciona la blancura hasta el gemido
tensando la abrazada nuca
excavada,
mordida...
Hundido en tu cuello,
sus manos enlazan el tronco
hasta lograr un torniquete de azucena
que se desgaja en pétalos mojados...
Carmen Cabeza
Maravillosa sutileza; ese erotismo en carne y fuego que va destilando vida y ansia y entrega.
ResponderEliminarBello, amiga
Besitos
¡Es una alegría encontrarte por aquí, amiga...! Y muchas gracias por tus comentarios; son una belleza.
ResponderEliminarUn abrazo.
maravilloso poema
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