sábado, 29 de mayo de 2010

MEMORIA


Las casas están llenas de tiempo. Los objetos de la memoria se multiplican hasta invadirlo todo: ocupan las esquinas, los pequeños espacios; acaparan armarios y cajones, se meten en la cama contigo, y junto a los recuerdos, tú también te vas cubriendo de polvo, con las lentejuelas doradas, los botones desprendidos de sus ojales o las entradas de viejos conciertos de rock que nunca pudiste tirar a la basura... Somos animales sentimentales y nos alimentamos de nostalgia. Es cierto. Tengo en casa cientos de objetos inservibles de los que me niego a desprenderme, porque me parece fascinante poseer algo capaz de contener el tiempo. No quiero tirar a la basura mi colección de monedas llenas de moho, los cromos de colores con los que jugaba en el patio del colegio o cierto tipo de cosas que siempre salvaré de la quema cuando decida hacer limpeza general. Sé que nunca me voy a deshacer de los antiguos boletines de notas, o de las cartas de amor que me escribieron, (sobre todo las ridículas -ya lo dijo Pessoa-), de algunos poemas igualmente ridículos, de los relojes rotos... Esos relojes oxidados que marcaron el tiempo en mi muñeca y ahora crían malvas en el fondo del joyero.
Me gustaría tener mucho sitio. Un desván enorme para almacenar recuerdos; un desván interior, con infinidad de rincones repletos de cajas, fotografías, trastos averiados, cicatrices, objetos perdidos... Pero, desgraciadamente, las casas son muy pequeñas. No tienen desvanes. La mía, ni siquiera trastero. Y la memoria no puede contener tal desmesura. Por eso, al final, nos castiga con el olvido, incapaz de cargar con semejante exceso de equipaje.
Carmen Cabeza Martínez

2 comentarios:

  1. de la mano a la cadera , tensión y pasión , en este espacio donde solo puede haber un corazón .

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